Larisa Mijáilovna Reisner, hija del profesor M. A. Reisner, comunista, nació el 1 de mayo de 1895 en Lublin, en el reinado de Polonia, donde su padre enseñaba en el instituto de agronomía de Pulawy. Pasó su infancia en Alemania y allí fue a la escuela primaria (en Berlín y en Heidelberg), donde creció en la atmósfera creada por los estrechos vínculos que unían a su padre a la emigración revolucionaria y a los círculos dirigentes de la socialdemocracia alemana. Allí también se impregnó de la cultura alemana. Los años pasados con sus padres en París ampliaron el círculo de sus aficiones culturales. En Rusia se educó en el ambiente de la derrota de la primera revolución y desde el instituto se pusieron de manifiesto las capacidades literarias y el temperamento revolucionario de Reisner. A edad muy temprana comenzó a estudiar literatura, después sufrió fuertemente la influencia del amigo de sus padres, Leónidas Andréiev, quien hizo que estudiara historia de la literatura.

El drama Atlántida, que escribió a los 17 años y se publicó en las ediciones Shipovnik, atestigua que la influencia de Andréiev no se extendía a sus ideas. Este drama describe el intento de un hombre de salvar a la sociedad por medio de su sacrificio personal. Las fuentes de donde Reisner tomó el contenido de su drama (La historia del comunismo de Pellman, entre otras) muestran claramente en qué medio ideológico vivía entonces.

Desde el principio de la guerra sintió profundamente el hundimiento de la socialdemocracia internacional y la evolución de la intelligentsia rusa hacia el chovinismo. La ruptura de sus padres con Andréiev, por este motivo, mereció su más completa aprobación. El sentimiento de que le era imposible mantenerse ajeno a la lucha contra la guerra llevó al profesor Reisner a publicar la revista Rudin, que tanto por su forma (prestigiosas caricaturas de los desertores que se habían pasado al campo del patriotismo) como por su contenido, representaba la protesta fulgurante de un grupo aislado de intelectuales revolucionarios contra la guerra. El alma de Rudin era la joven Reisner, que publicaba allí no sólo poemas notables por su forma, sino también un serie de reportajes llenos de humor. Toda la lucha contra la censura, así como las preocupaciones técnicas relativas a la edición, pesaron sobre ella. Cuando, por falta de medios, cesó la publicación de Rudin, empezó a colaborar en Létopis de Gorki. En 1917, antes de la revolución, Reisner entró en contacto con los círculos obreros. La revolución de febrero la situó de lleno entre los adversarios de la coalición con la burguesía. Una sátira hiriente contra Kerensky, publicada en Nóvaya Zhizn no sólo suscitó los ataques de la prensa burguesa, sino que asustó a la propia redacción de la publicación de Gorki. Reisner entró entonces en contacto con las grandes organizaciones obreras y los círculos de estudios de los marinos de Kronstadt.

La Revolución de Octubre tuvo en ella un eco profundo. En los primeros meses que la siguieron, trabajó en la conservación de los monumentos, lo que hizo no por sentir la necesidad de salvar el arte antiguo de la invasión de los bárbaros, sino como el trabajador que conserva la mejor herencia del pasado para los hijos de un orden nuevo. Pero el comienzo de la guerra civil no la dejó seguir en su cargo. Fue arrastrada a la lucha directa en Sviazhsk, cerca de Kazan, donde se formó realmente el Ejército Rojo, luchando contra los checoslovacos. Reisner combatió con las armas en la mano y en las primeras líneas, como lo atestiguan quienes participaron directamente en esos combates.

Asimismo, más tarde, tomó parte en la expedición y en todos los combates de nuestra flota del Volga. Un testigo de esos combates, el viejo oficial de carrera, F. Novitsky, refiere el respeto que esta joven revolucionaria inspiraba a los viejos soldados por su intrepidez en las situaciones más difíciles. Una vez terminada la lucha contra los checoslovacos y liberado el Volga, Reisner, adherida a la flota roja, fue nombrada comisario del Estado Mayor de la marina. Su entusiasmo y su delicadeza, unidos a una inteligencia reflexiva, le conquistaron el respeto de los oficiales superiores de la antigua flota, quienes, como el almirante Altfater y como Berens, estaban necesitados, al entrar al servicio de los soviéticos, de que un ser vivo les ayudara a acercarse a la revolución.

Cuando, en la lucha contra Denikin, entró de nuevo en juego nuestra flota, Reisner la siguió desde Astraján a Enzeli. Terminada la guerra civil, Reisner vivió en Leningrado, tratando de estudiar, directamente en la fábrica, la vida de las masas obreras. Le causó una pena infinita la rebelión de Kronstadt y el inicio de la Nueva Política Económica (NEP). Llena de angustia por el porvenir de la Rusia soviética, partió para Afganistán, como esposa del representante plenipotenciario soviético F. F. Raskólnikov. En Kabul, ante la lucha diplomática que mantenía la representación soviética contra el imperialismo inglés, no se limitó a ser una simple espectadora. Tomó parte personalmente en dicha batalla diplomática, entrando en contacto con el harem del emir, que desempeñaba un papel considerable en la política afgana; estudió la política india de Inglaterra, en la que Afganistán desarrollaba el papel más avanzado, así como el movimiento nacional indio.

Al regresar de Kabul en 1923, publicó En el frente y Afganistán. La primera obra quedará como uno de los grandes monumentos literarios sobre nuestra guerra civil. Muestra con qué refinamiento y atención observa el autor no sólo a los héroes y a quienes dirigían la lucha, sino a la misma masa que luchaba. En octubre de 1923, se trasladó a Alemania con una doble finalidad: debía dar al obrero ruso una imagen de la guerra civil que allí se preparaba bajo la influencia de la ocupación del Ruhr por los franceses y de la crisis económica. Asimismo, en caso de una toma del poder en Sajonia, debía servir de agente de enlace entre el Comité Central del Partido Comunista Alemán y los representantes de la Comintern que se encontraban en Dresde. Pero la evolución de los acontecimientos en Sajonia no permitió siquiera que Reisner comenzara a cumplir las misiones que le habían sido confiadas. Encontrándose en Berlín en los momentos más penosos que siguieron a la derrota de Sajonia, ayudó a los representantes de la Comintern, que desarrollaban teorías conspirativas, a orientarse hacia el estado de ánimo de las masas. Se ponía en las colas de los desocupados ante la bolsa de trabajo y en las tiendas; asistía a las reuniones de las fábricas, a los mítines de la socialdemocracia; iba a los hospitales y participó en las primeras manifestaciones que se lograron organizar, pese a la disolución del Partido Comunista por el gobierno.

Al saberse la sublevación de Hamburgo, Reisner fue allí apresuradamente, pero la sublevación fue aplastada tan pronto que llegó demasiado tarde.

Recogió de las familias de los fugitivos que tomaron parte en la sublevación informaciones sobre la lucha heroica del proletariado de Hamburgo y penetró en las salas de justicia donde se juzgaba a los vencidos. Comprobó los documentos reunidos por medio de aquellos que tomaron parte en la sublevación y, de regreso a Rusia, con su Hamburgo durante las barricadas, publicado en el número 1 de la revista Zhizn, dejó un libro único en su género, documento del que carecieron la sublevación finlandesa y la de la Hungría soviética. La censura y la justicia del imperio alemán prohibieron la publicación del libro y ordenaron que fuese quemado. Un esteta del periódico liberal Frankfurther Zeitung, protestó contra esa sentencia en nombre de la alta calidad artística del libro, pero el tribunal de clase de la contrarrevolución alemana sabía lo que hacía: destruyó el libro que, para el proletariado alemán, mantenía el espíritu de la sublevación de Hamburgo. Reisner fue a los Urales a estudiar las condiciones de vida del proletariado. Ese viaje no significaba para solo la búsqueda de una finalidad literaria. La NEP le inspiraba dudas que trataba de disipar en la vida concreta y encontró en la penosa labor de los metalúrgicos y de los mineros, en el trabajo que realizaban nuestros administradores en los burgos olvidados de los Urales, una respuesta a la pregunta: ¿estamos construyendo el socialismo o el capitalismo?

Regresó llena de esperanzas en nuestro porvenir y se lanzó al estudio de la edificación de nuestra economía. Abandonó los libros para ir a visitar una región textil, en el bajo Don. El libro El hierro, el carbón y los seres vivos, describe al proletariado ruso en el trabajo. Este libro se distingue en el plano artístico por el hecho de que Reisner, que se crió entre perfeccionistas y que poseía un estilo muy refinado, se puso a escribir de manera más simple, más asequible a las masas laboriosas. No se trataba de una simplificación artificial, sino que era el resultado de su acercamiento a los obreros durante los viajes que efectuó como propagandista en las unidades técnicas de la guarnición de Moscú. En 1925 sufrió de malaria, contraída durante su expedición a Persia, y fue a curarse a Alemania; pero ni la enfermedad le impidió establecer contacto con el proletariado de Hamburgo. Dejó su retiro de la clínica donde estaba en tratamiento para participar en una manifestación organizada por los comunistas de Hamburgo y, un poco restablecida, recorrió Alemania para estudiar la situación de la clase obrera y los cambios sociales que se operaban sobre la base de la estabilización.

También penetró en el laboratorio técnico de los junkers, la fábrica de Krupp; en la enorme imprenta de Ulstein y por último en las minas de carbón de Westfalia, en las viviendas de los obreros, edificios que parecían barracones cargados de miseria. El libro En el país de Hindenburg, más que un reportaje literario, es un gran lienzo del fondo social y político, pintado por la mano maestra de quien estaba estrechamente relacionada con la lucha de la clase obrera. Terminado este trabajo, se dedicó al estudio de los documentos concernientes a la sublevación de los decembristas. Sus ensayos sobre Trubetskoy, Kajovsky y Steingel, que han suscitado las alabanzas del mejor de los historiadores marxistas rusos, constituyen al mismo tiempo, en el plano artístico, la mejor de sus obras. Pero ella no llegó a ver ese trabajo impreso. Con la mente repleta de los planes del libro, que debía describir la existencia de los obreros uralianos en los tiempos de la rebelión de Pugachev, del capitalismo y del poder de los sóviets, y, simultáneamente, de los planes del libro que debía trazar en sus grandes líneas la lucha emancipadora del proletariado, cayó enferma de tifus.

Su organismo minado por la malaria ya no resistió y el 9 de noviembre de 1926 Larisa Reisner murió en el hospital del Kremlin. Con ella desapareció, en el umbral de una vida pletórica de creación, una combatiente comunista que, participando directamente en esa lucha emancipadora del proletariado, estaba llamada a pintarla de un modo artístico. Con ella desapareció una comunista profundamente ligada a la clase obrera rusa que, gracias a una gran cultura, había sabido al mismo tiempo ligarse al movimiento revolucionario de oriente y de occidente. Con ella, en fin, desapareció una mujer profundamente revolucionaria, precursora de ese nuevo tipo humano que nace en los tormentos de una revolución.

Karl Rádek.