La ruina y la inaudita catástrofe que nos amenazan, de manera ineluctable, tienen tanta importancia que para aclarar este problema por completo es preciso volver a él con una frecuencia cada día mayor. En el número anterior de Pravda indicamos que el programa del Comité Ejecutivo del Soviet de diputados obreros y soldados no se diferencia ya en nada del programa del “terrible” bolchevismo...

Mayo 1917

PRIMER ARTÍCULO

La ruina y la inaudita catástrofe que nos amenazan, de manera ineluctable, tienen tanta importancia que para aclarar este problema por completo es preciso volver a él con una frecuencia cada día mayor. En el número anterior de Pravda indicamos que el programa del Comité Ejecutivo del Soviet de diputados obreros y soldados no se diferencia ya en nada del programa del “terrible” bolchevismo.

Hoy debemos señalar que el programa del ministro menchevique Skóbelev va más lejos que el bolchevismo. He aquí dicho programa, tal y como lo expone el periódico gubernamental Riech:

“El ministro (Skóbelev) declara que… la hacienda del Estado se encuentra al borde del abismo. Es preciso intervenir en la vida económica en todas sus esferas, ya que en el Tesoro no hay dinero. Hay que mejorar la situación de las masas trabajadoras, y para ello es necesario tomar las ganancias de las cajas de los empresarios y de los bancos (Una voz: “¿De qué modo?") Gravando implacablemente los bienes con impuestos —responde el ministro de Trabajo, Skóbelev—. La ciencia financiera conoce este procedimiento. Hay que aumentar la cuota de los impuestos que pagan las clases poseedoras hasta el 100% de los beneficios. (Una voz: “Es decir, todo”.) Lamentablemente —declara Skóveleb—, diversas sociedades anónimas han repartido ya los dividendos entre los accionistas; por eso, nosotros debemos gravar a las clases poseedoras con un impuesto progresivo individual. Iremos más lejos aun, y si el capital quiere conservar el modo burgués de gestión económica, que trabaje sin intereses para no dejar escapar a los clientes… debemos implantar el trabajo general obligatorio para los señores accionistas, banqueros y fabricantes, que dan muestras de indolencia porque no existen los estímulos que les impulsaban antes a trabajar… tenemos que obligar a los señores accionistas a someterse al Estado, y para ellos debe existir una obligación, el trabajo general obligatorio”.

Aconsejamos a los obreros a que lean y relean este programa, que lo discutan y ahonden en las condiciones en que puede ser realizado.

El quid de la cuestión está en las condiciones de realización en el comienzo inmediato de su aplicación.

De por sí, el programa es no solo magnífico y coincidente con el de los bolcheviques, sino que en un punto va más lejos que el nuestro: en el punto en que se promete “tomar las ganancias de las cajas de los bancos” en una proporción del “100% de los beneficios”.

Nuestro partido es mucho más modesto, en su resolución exige menos, a saber: solamente implantar el control sobre los bancos y “la transición gradual” (¡escuchad!, ¡escuchad!: ¡los bolcheviques son partidarios de la graduación!) “a un sistema más justo de impuestos progresivos sobre los ingresos y los bienes”.

Nuestro partido es más moderado que Skóbelev.

Skóbelev reparte promesas inmoderadas e incluso desmesuradas, sin comprender las condiciones en que es posible llevarlas a la práctica de verdad.

En eso radica la medula del problema.

Es imposible no solo cumplir el programa de Skóbelev, sino incluso dar el menor paso serio hacia su realización ni marchando del brazo con los diez ministros de los partidos de los terratenientes y los capitalistas ni con el aparato burocrático a que se ve obligado a limitarse el gobierno de los capitalistas (con el apéndice de los mencheviques y los populistas).

¡Menos promesas, ciudadano Skóbelev, y más actividad practica! Menos frases pomposas y más comprensión de cómo poner manos a la obra.

Se puede y se debe poner manos a la obra inmediatamente, sin perder un solo día para salvar al país de la inminente y espantosa catástrofe. Toda la esencia de la cuestión está en que el “nuevo” Gobierno Provisional no quiere poner manos a la obra, y si lo quisiera, no podría hacerlo, pues está atado por los miles de cadenas que protegen los intereses del capital.

En un día se puede y se debe llamar a todo el pueblo a poner manos a la obra, en un día se puede y se debe promulgar un decreto que convoque inmediatamente:

1) Los sóviets y los congresos de empleados de Banca, tanto de cada banco como a escala de toda Rusia; misión: preparar en el acto medidas prácticas para fusionar todos los bancos e instituciones de crédito en un solo banco del Estado y para establecer el control más riguroso sobre todas las operaciones bancarias y publicar inmediatamente los resultados del control;

2) Los sóviets y los congresos de empleados y de todos los consorcios y trusts; misión: preparar medidas de control y de contabilidad; publicar inmediatamente los resultados del control;

3) Este decreto debe conceder el derecho de control no solo a todos los sóviets de diputados obreros , soldados y campesinos, sino también a los sóviets formados por los obreros de cada gran fábrica, así como a los representantes de cada partido político importante (considerando importante, por ejemplo al que haya presentado listas de independientes el 12 de mayo en Petrogrado en dos distritos, por lo menos); todos los libros de comercio y todos los documentos deben ser puestos a disposición de dicho control;

4) El decreto debe exhortar a todos los accionistas, directores y miembros de los consejos de administración de todas las sociedades a hacer públicas las listas de quienes poseen acciones por valor de 10.000 (ó 5.000) rublos, como mínimo enumerando las acciones y las sociedades en que están “interesadas” dichas personas; las declaraciones falsas (al control de los empleados de Banca y otros) serán castigadas con la confiscación de todos los bienes y con cinco años de cárcel por lo menos;

5) El decreto debe llamar a todo el pueblo a implantar inmediatamente el trabajo general obligatorio a través de los organismos locales de administración autónoma; y para el control y su realización, organizar la milicia de todo el pueblo, sin excepción (inmediatamente en las aldeas, a través de la Milicia Obrera en las ciudades, etc.).

Sin el trabajo general obligatorio no se podrá salvar al país del desastre. Y sin la milicia de todo el pueblo será imposible implantar el trabajo general obligatorio. Esto lo comprende cualquiera que no haya llegado al delirio ministerial o a la enajenación mental sobre la base de la confianza en la elocuencia de los ministros.

Quien desee de verdad salvar de la catástrofe a millones de seres tendrá que defender semejantes medidas.

En el siguiente artículo hablaremos de la transición gradual a un sistema tributario más justo y de cómo deberían ser promovidos de entre el pueblo, y colocados poco a poco en el lugar de los ministros, los organizadores verdaderamente de talento (tanto obreros como capitalistas) que prueben con éxito de lo que son capaces en un trabajo del carácter señalado.

SEGUNDO ARTÍCULO

Cuando Skóbelev se desbocó ministerialmente en su discurso y llegó a hablar de tomar el 100% de los beneficios de los capitalistas, nos mostró un modelo de frases efectistas. Así se engaña permanentemente al pueblo en las repúblicas parlamentarias burguesas.

Pero en ese discurso hay algo más que frases. “Si el capital quiere conservar el modo burgués de gestión económica, que trabaje sin intereses para no dejar escapar a los clientes”, dijo Skóbelev. Esto suena como a una “terrible” amenaza a los capitalistas; pero, en realidad, es un intento (inconsciente, seguramente, por parte de Skóbelev y consciente, seguramente, por parte de los capitalistas) de salvar el poder omnímodo del capital sacrificando las ganancias por corto tiempo.

Los obreros toman “demasiado” —razonan los capitalistas—; hagamos recaer sobre ellos la responsabilidad, sin darles ni el poder ni la posibilidad de disponer efectivamente de toda la producción. No importa que nosotros, los capitalistas, nos quedemos por algún tiempo sin beneficios; pero “conservando el modo burgués de gestión económica, no dejando escapar a los clientes”, ¡aceleraremos la bancarrota de esta situación intermedia de la industria, la desorganizaremos por todos los medios y echaremos la culpa a los obreros!

Los hechos demuestran que tales son los cálculos de los capitalistas. Los industriales hulleros del sur precisamente desbaratan la producción, “la desatienden y desorganizan conscientemente” (véase en Nóvaya Zhizn del 16 de mayo el relato de las declaraciones de una delegación obrera).

El cuadro es claro: Riech miente por dos y culpa a los obreros. Los industriales hulleros “desorganizan conscientemente la producción”. Skóbelev canta como un ruiseñor: “Si el capital quiere conservar el modo burgués de gestión económica, que trabaje sin intereses”. ¡El cuadro está claro!

A los capitalistas y a los burócratas les conviene hacer “promesas desmesuradas", desviando la atención del pueblo de lo principal: del paso del verdadero control a manos verdaderamente obreras.

Los obreros deben barrer la verborrea, las promesas, las declaraciones y la proyectomanía de los burócratas en el centro, dispuestos a inventar planes, reglamentos, estatutos y normas de lo más efectista. ¡Abajo toda esa mentira! ¡Abajo ese alboroto de la proyectomanía burocrática y burguesa, fracasada estrepitosamente en todas partes! ¡Abajo esa manera de meter los asuntos bajo el tapete! Los obreros deben exigir la realización inmediata del control efectivo y, demás, obligatoriamente a través de los propios obreros.

Eso es lo principal para el éxito de la obra, de la obra de salvarse de la catástrofe. Si eso no existe, todo lo demás será engaño. Cuando eso exista, no nos apresuraremos a “tomar el 100% de los beneficios”. Podemos y debemos ser moderados, pasar gradualmente a un sistema tributario más justo; separaremos a los accionistas pequeños de los accionistas ricos, tomaremos muy poco de los primeros y muchísimo (pero no obligatoriamente todo) solo de los segundos. El número de grandísimos accionistas es insignificante; pero su papel, lo mismo que la suma total de sus riquezas, es enorme. Se puede afirmar sin temor a equivocarse que si se confecciona una lista de las cinco o incluso tres mil personas más ricas de Rusia (y quizá hasta de un solo millar ), o si se siguen (con ayuda del control desde abajo, por parte de los empleados de los bancos, de los consorcios, etc.) todos los hilos y vínculos de su capital financiero, de sus lazos bancarios, se descubrirá todo el nudo de la dominación del capital, toda la masa principal de riquezas acumuladas a costa del trabajo ajeno, todas las raíces verdaderamente importantes del “control” sobre la producción y la distribución sociales de los productos.

Este control es el que hay que transferir a los obreros. El interés del capital requiere que se oculten al pueblo este nudo, estas raíces. La clase capitalista y su servidor inconsciente, el burócrata, razona así: será mejor que accedamos a dar por algún tiempo “todos” los beneficios o el 99% de los ingresos que descubrir al pueblo estas raíces de nuestro poder.

El obrero consciente razona y razonará así: nosotros no renunciaremos en ningún caso a nuestro derecho ni a nuestra demanda de que se abra al pueblo precisamente la fortaleza principal del capital financiero, de que precisamente esa fortaleza sea puesta bajo control obrero. Y cada día se convencerá de la justicia de este último razonamiento a una masa creciente de pobres, a una mayoría cada vez más considerable del pueblo, a más y mas personas sinceras en general, que buscan de buena fe la salvación de la catástrofe.

Hay que tomar precisamente la fortaleza principal del capital financiero. Sin esto, todas las frases y todos los proyectos de salvación de la catástrofe serán un engaño. En lo que se refiere a ciertos capitalistas e incluso a la mayoría de los capitalistas, el proletariado, lejos de proponerse “dejarlos en cueros” (como “asusto” Shulguin a los suyos y se “asusto” a sí mismo), lejos de proponerse privarles “de todo”, tiene, por el contrario, la intención de emplearlos en una obra útil y honrosa: bajo el control de los propios obreros.

La obra más útil y más necesaria para el pueblo en un momento en que se acerca la catástrofe inminente es la de organización. Milagros de organización proletaria: esa es nuestra consigna actual y esa será nuestra consigna y nuestra demanda cuando el proletariado este en el poder. Sin la organización de las masas no es posible en modo alguno ni implantar el trabajo general obligatorio, absolutamente necesario, ni establecer un control más o menos serio sobre los bancos, los consorcios, la producción y la distribución de los productos.

Por eso hay que empezar —y empezar inmediatamente— por la Milicia Obrera para llegar con firmeza y habilidad, con la debida gradación, a organizar la milicia de todo el pueblo, a sustituir la policía y el ejército permanente con el armamento general del pueblo. Por eso hay que promover organizadores de talento de entre todos los sectores del pueblo, de entre todas las clases, sin excluir en lo más mínimo a los capitalistas, que poseen ahora en mayor grado la experiencia correspondiente. Esos talentos existen en gran número en el pueblo, esas fuerzas dormitan en el campesinado y en el proletariado sin encontrar aplicación.

Hay que promoverlos desde abajo mediante la actividad práctica, la supresión hábil de las “colas” en tal o cual distrito, la organización ingeniosa de comités de vecinos, la agrupación de las sirvientas, la fundación de una hacienda modelo en el campo, la organización acertada de una fabrica que haya pasado a manos de los obreros, etcétera, etcétera. Promoviéndolos desde abajo, por medio de la práctica, y comprobando su talento en el trabajo, hay que hacer de todos ellos “ministros”: no en el viejo sentido, en el sentido de recompensarles con una cartera, sino en el sentido de confiarles las funciones de instructor de todo el pueblo, de organizador que va de un lado a otro, de ayudante en la obra de establecer en todas partes el orden más riguroso, la máxima economía de trabajo humano y la más rígida disciplina y camaradería.

Eso es lo que el partido del proletariado debe predicar al pueblo para salvar al país de la catástrofe. Eso es lo que debe llevar a la práctica por partes, ya ahora, en las localidades en que obtenga el poder. Eso es lo que deberá realizar íntegramente cuando consiga el poder en el Estado.