25 de diciembre de 1922

Al recomendar la estabilidad del Comité Central, quiero decir que se adopten medidas para impedir una escisión, hasta el punto en que estas medidas puedan adoptarse. Pues el Guardia Blanco de Russkaya Mysl tenía razón cuando en su juego contra la Rusia Soviética contaba en primer término con la esperanza de una escisión en nuestro partido y esperaba que esta escisión, en segundo lugar, se produjera por graves discrepancias internas.

Nuestro partido se apoya en dos clases, lo cual hace posible su inestabilidad, y si no existe armonía entre ambas clases su derrumbamiento es inevitable. En tal caso sería inútil adoptar ninguna medida ni discutir, en general, la estabilidad de nuestro Comité Central. En tal caso, ninguna medida serviría para impedir una escisión. Pero confío en que este acontecimiento es demasiado improbable y demasiado remoto para ponerse a hablar de ello.

Considero la estabilidad como una garantía contra la escisión en un futuro próximo, y voy a hacer aquí una serie de consideraciones de carácter puramente personal.

Creo que el factor fundamental en la cuestión de la estabilidad -desde este punto de vista- lo constituyen los miembros del Comité Central Stalin y Trotsky. Las relaciones existentes entre ambos constituyen, a mi juicio, más de la mitad del peligro de esa escisión, que puede evitarse, y se podría conseguir evitar, a mi parecer, elevando a cincuenta o cien el número de miembros del Comité Central.

Al pasar a ser Secretario General, el camarada Stalin ha concentrado en sus manos un poder enorme, y no estoy seguro de que sepa usarlo siempre con suficiente cautela. Por otra parte, el camarada Trotsky, como lo ha demostrado su lucha contra el Comité Central, a propósito de la cuestión del Comisariado de Vías de Comunicación, se distingue, no sólo por sus excepcionales facultades personales (es, a buen seguro, el hombre más capacitado del actual Comité Central), sino también por su excesiva confianza en sí mismo y su propensión a dejarse atraer demasiado por el aspecto puramente administrativo de las cuestiones.

Estas distintas cualidades de los jefes más capacitados del actual Comité Central podrían conducir sin desearlo a una escisión. Si nuestro Partido no adopta medidas para evitarlo, esta escisión puede producirse de modo inesperado. No caracterizaré a los demás miembros del Comité Central por lo que respecta a sus cualidades personales. Únicamente he de recordar que el episodio de octubre de Zinoviev y Kamenev no fue en modo alguno casual; pero, al igual que el no bolchevismo de Trotsky, no debe utilizarse como un arma personal.

Respecto a los miembros más jóvenes del Comité Central, diré unas palabras sobre Bujarin y Piatakov. Ambos son, a mi juicio, las fuerzas más capacitadas entre los jóvenes, y por lo que a ellos respecta, es necesario tener en cuenta lo siguiente: Bujarin es, no sólo el teórico más valioso y más grande del partido, sino que puede considerarse también legítimamente como el favorito de toda la organización; pero sus opiniones teóricas no pueden considerarse sino con grandísimas reservas como plenamente marxistas, pues tiene algo de escolástico (nunca se ha asimilado la dialéctica ni creo que la haya comprendido nunca del todo). Piatokov es un hombre que se distingue indudablemente por su voluntad y su competencia; pero se entrega demasiado a la administración y al lado administrativo de las cosas para poder fiarse de él en una cuestión política seria. Claro está que estas observaciones sólo tienen validez en el momento actual o en el caso de que estos dos componentes y leales obreros no encuentren ocasión de perfeccionar sus conocimientos y rectificar su espíritu unilateral.

Posdata: Stalin es demasiado rudo, y este defecto, completamente tolerable en las relaciones entre comunistas, resulta intolerable en el puesto de Secretario General. Por lo tanto, propongo a los camaradas que vean el modo de retirar a Stalin de ese puesto y nombren a otro hombre que le supere en todos los aspectos, es decir, que sea más paciente, más afable y más atento con los camaradas, menos caprichoso, etc. Estos detalles pueden parecer una bagatela insignificante; pero creo que si se piensa en evitar una escisión y se tienen en cuenta las relaciones existentes entre Stalin y Trotsky, que he examinado anteriormente, ya no son una bagatela o son al menos una bagatela que puede llegar a adquirir una importancia decisiva.